Eramos dos cometas condenados a estrellarnos. Nos acercábamos a tanta velocidad que apenas nos dimos cuenta de que poco a poco estábamos llegando a nuestro fin.
Todos decían que eramos como el día y la noche, que eramos los dos polos opuestos de un imán que nos empujaba tan fuerte uno contra el otro que dolía, que eramos tan diferentes que parecíamos iguales.
Eramos de esas historias que parecen imposibles, esas de amores que nunca sucedieron, que quisieron ser pero no lo lograron. Que a veces volaban tan alto que no veían lo lejos que estaban del suelo y lo doloroso de la caída que seguiría. De esas historias que se cuentan en los libros, o que se plasman en películas o en una simple fotografía. Todos envidiaban lo que eramos, pero nadie sabía la realidad que existía detrás de todo, y a decir verdad, creo que ni siquiera tú te hacías una ínfima idea de lo que estaba sucediendo. Tú que simplemente te dejabas llevar, te dejabas querer, sin reparar en el resto del mundo y en lo cercano que parecía estar el fin del camino. Tú que apenas veías el peligro hasta que estabas dentro de él y así fue...
Quedaban milésimas de segundos para la colisión. Solo pensaba en lo que eramos, o lo que pudiésemos haber sido, pero,,, hay cosas que solo ocurren en las películas de Hollywood o en las novelas románticas, y es que los amores imposibles están condenados a destruirse hasta acabar hechos añicos que ninguno recordará jamás.
Eramos dos cometas condenados a estrellarnos, y al final, nos estrellamos.

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